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La cena

En esta excelente tragicomedia, rodada por Ettore Scola en 1998, el veterano cineasta italiano lleva hasta las últimas consecuencias su afán por hacer, a través del cine, estudios sociológico-morales de entidad. Un afán ya apuntado con claridad en ¿Qué hora es?, Mario, María y Mario, e Historia de un pobre hombre, y desarrollado aquí desde un lúcido optimismo, cercano al de la primera de esas tres películas.

Casi sin salir de las cuatro paredes de un popular restaurante romano, el guión entrecruza catorce subtramas completas y algunas más solo esbozadas. Allí, en el momento más sereno del día, se quitarán poco a poco sus máscaras un montón de personajes emblemáticos. Así, mientras un divertido camarero toscano se deja la piel, el viejo maitre se escaquea, intriga contra el camarero y hasta flirtea con la dueña, una bella mujer madura, atormentada por una traumática aventura extramatrimonial que todavía colea. Por su parte, el excelente y gruñón cocinero proclama a gritos su fe incondicional en la utopía comunista y arremete sin piedad contra los aburguesados obreros que exigen la jornada laboral de 35 horas con la única finalidad de malgastar su tiempo libre viendo la televisión.

Al lado de la cocina, una mujer casquivana ha reunido a sus cinco amantes para decidir qué hacer. A ese mismo dilema se enfrenta en una mesa cercana un hombre casado cuya amante, casi una adolescente, le plantea a las claras abandonar definitivamente a su esposa y a sus hijos. Entre ambos grupos de personas infieles, una madre posesiva celebra un éxito profesional de su hijo, en una amplia mesa medio vacía que la mujer asegura que se llenará durante la noche. A su lado, un pobre hombre, solitario y traumado, ve cómo se cumple su horóscopo y cambia su vida cuando intima con un caradura visionario que resulta ser un mago de verdad.

A mitad de sala, un grupo de ex militantes izquierdistas, ahora ricos empresarios corruptos y adúlteros, discuten ampulosamente sobre grandes temas mientras controlan obsesivamente sus móviles. Cerca de ellos, una angustiada treintañera expone a su novio las mil razones que aconsejan esperar áun más para casarse y tener hijos. Mientras, el novio pierde los papeles ante las descaradas insinuaciones de una bella mujer que ocupa la mesa de al lado. Ya cerca de la entrada, un director y un actor discuten a ego abierto sobre un atrevido montaje teatral en torno a la vida de Cristo. Mientras, a su lado, una frívola mujer divorciada se deprime hasta el llanto incontenible cuando su cariñosa hija le comunica que ha decidido hacerse monja.

En un aparte, un grupo de chicos y chicas adolescentes, entusiastas y gritones, celebran el cumpleaños de una de ellas. Y en las esquinas, un grupo de amigas contemplan y cotillean, una familia de japoneses saca fotos a todo el mundo, y un anciano encantador, observador meticuloso, se preocupa de todos los que tiene alrededor y a veces interviene.

A pesar de alguna irregularidad y de algún detalle soez, el excelente guión y unas interpretaciones sensacionales sostienen bien este cuasiteatral ensayo fílmico. En él, el ex comunista Scola muestra con lucidez y humor la perplejidad de tanta gente de hoy, dominada, según él, por una grave carencia de valores espirituales y culturales. Con tanta conversación fragmentada es difícil discernir qué propone en concreto Scola. Pero uno sale del cine con la sensación de que al menos su insobornable espíritu crítico y su inagotable incorformismo valen sin duda la pena. J.J.M.