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Críticas de Cine

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El viaje del Capitán Fracassa

Il viaggio di Capitan Fracassa

Como sucedió en 1995 con Ché ora es?, se estrena con varios años de retraso y casi de tapadillo esta película rodada en 1990 por el cineasta italiano Ettore Scola (La familia, Splendor) y protagonizada por Massimo Troisi —uno de sus actores habituales—, famoso a título póstumo en todo el mundo por su portentosa última interpretación en El cartero (y Pablo Neruda), de Michael Radford. El afán de homenaje parece innegable; difícilmente se hubiera estrenado en España esta película de no ser por este motivo.

Se trata de una singular adaptación muy libre de la novela Le Capitaine Fracasse, del escritor francés Theophile Gautier. La obra ya fue llevada antes al cine por lo menos en otras cuatro ocasiones, entre las que destaca la realizada en 1943 por Abel Gance, con Fernand Gravey, Assia Noris, Vina Bovy y Jacqueline Florence en los principales papeles. La acción se desarrolla en el siglo XVII, en una Francia tenebrosa dominada por la peste, las guerras de religión y el hambre, que están diezmando la población y enfrentan a la empobrecida y supersticiosa plebe con una decadente aristocracia que lucha por pemanecer donde está. En esas difíciles circunstancias, un joven aristócrata arruinado abandona su destartalado castillo por seguir a una bella actriz y convertirse él mismo en actor y autor teatral. De este modo, viajará con la desarrapada troupe de cómicos ambulantes por toda Francia, desde Gascuña hasta París. En su camino tropezarán con todo tipo de personajes a cual más pintoresco.

Formalmente, la película supone un interesante desafío. Scola inicia y finaliza la historia introduciendo y sacando, respectivamente, la cámara del escenario de un teatro de época. De esta manera justifica el estilo que ha empleado en la película, que no es otro que un estilo decididamente teatral, en el que los fabulosos parajes donde transcurre la acción —bosques inmensos, castillos, pueblos...— han sido recreados en los estudios Cinecittá. Inicialmente, cuesta aceptar esta audaz opción visual; pero cuando uno entra en ella, resulta sencillamente fascinante, pues aporta a la historia un halo de irrealidad muy sugerente. En este punto, además del magnífico trabajo de ambientación, vestuario y escenografía, destaca la preciosa y siempre matizada fotografía de Luciano Tovoli.

Aceptado lo anterior, no cuesta tampoco aceptar el estilo eminentemente declamatorio de los actores, que al fin y al cabo dan vida a cómicos que están actuando en todo momento. Todos están bastante bien en su asumida artificiosidad, aunque destaca claramente, como era de esperar, Massimo Troisi; viendo esta película —o la citada Ché ora es?— se puede apreciar que lo de El cartero (y Pablo Neruda) no fue ni mucho menos una casualidad, sino la brillante culminación de una carrera de primera categoría.

A la consecución de este magnífico festival interpretativo coopera decididamente un guión sólido y muy variado, lleno de diálogos y situaciones brillantes. Desde luego, lo que tiene más entidad dramática es la reflexión que plantea la película sobre esa ya clásica tragedia íntima de los cómicos, que a menudo tienen que hacer reír a los demás cuando ellos mismos tienen el corazón roto. En este punto se cae a veces en un pesimismo excesivo: «El teatro proporciona alegría a todos menos a quien lo hace», dice con cierto deje desencantado un personaje. Sin embargo, también se afronta con hondura el sentido del sufrimiento: «Una historia sin dolor no hace reír —dice otro de los personajes—; ahí están nuestros sufrimientos disfrazados de bufonerías».

En cualquier caso, además de drama, en la película hay aventuras, humor grotesco, pasajes líricos... Todo ello, inyectado de una fuerte carga de crítica social, no ajena a los postulados marxistas en los que Ettore Scola creyó firmemente hasta hace poco. Esta toma de posición ideológica se plantea habitualmente de un modo amable e inteligente, más sarcástico que apologético, que sólo resulta molesto en su permisivismo sexual —que propicia varias secuencias exhibicionistas algo ridículas— y en algunos comentarios dispersos con un cierto tufillo ácrata y anticlerical bastante apolillado.

Estas sombras ideológicas afectan sin duda a la calificación de la película como obra de arte, aunque no oscurecen demasiado su indudable calidad visual e interpretativa. Más grave, quizá, sea el defecto detectado por algunos críticos —como Manolo Marinero—, que han denunciado la falta de fidelidad de Scola al relato original, que perdería en la película su pasión y desmesura, para adoptar una mirada distante e irónica, que no se implica de verdad en los temas que trata. No he leído la novela de Gautier, pero ciertamente esa distante ironía, de cortante frialdad, preside la película y, a la postre, debilita un poco la consistencia de los personajes, al no delimitarse bien lo que hay de real y de representado en sus reacciones y motivaciones. Esto deja en el espectador un amargo poso de indiferencia, como si todo el bello despliegue que le ha embaucado durante casi dos horas fuera un simple juego, un brillante ejercicio de estilo sin demasiada vida dentro. Puede que así sea. En todo caso, resulta una película muy interesante que, además de todo lo dicho, ofrece un original acercamiento del cine al teatro. J.J.M.

Director: Ettore Scola. Intérpretes: Massimo Troisi (Polichinela), Ornella Mutti (Serafina), Vicent Pérez (Sigognac), Enmanuelle Béart (Isabelle), Ucci (Tirano), Jean François Perrier (Matamoros). País: Italia-Francia. Año: 1990. Producción: Cecchi Gori Group y Gaumont. Argumento: Basado en la novela Le Capitaine Fracasse, de Theophile Gautier. Guión: Ettore Scola y Furio Scalpelli. Música: Armando Trovajoli. Fotografía: Luciano Tovoli. Montaje: Raimondo Crociani. Estreno en Madrid: 2-II-96 (Rosales). Distribuidora cine: Lauren. Distribuidora vídeo: Lauren. Duración: 104 minutos. Género: Comedia dramática de época. Público apropiado: Adultos. Contenidos específicos: X D.